Un joven de tez blanca de 28 años yace con las piernas encogidas sobre una cama en una casa humilde del barrio Altos del Milagro, en la parroquia Coquivacoa de Maracaibo. Su cuerpo está famélico, carece de masa muscular y su piel se encuentra casi pegada a los huesos. El rostro revela una desnutrición severa y una hidrocefalia congénita. Su nombre es Miguel Blanco. Su madre, sin ayuda, le dedica incasablemente sus días. «Le doy lo poco que puedo, yuca y arroz, y le hago pañales de tela», afirma la mujer.
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